Salinas, montañas, un pueblo abandonado hace 50 años, cóndores y volcanes, un menú con destinos ideales para viajar durante la pandemia.
CÓRDOBA.— Hacer turismo en pandemia profundizó una tendencia que ya venía: la de disfrutar más al aire libre con caminatas, trekking, avistajes de aves o simplemente de una comida en familia. Las distintas zonas turísticas de Córdoba pusieron el acento en esas posibilidades durante estas vacaciones de invierno.
En la provincia son muchas las opciones para salir de las rutas tradicionales y probar nuevas experiencias. En las aventuras de montaña hay que tener en cuenta que, si es con acampe nocturno, las temperaturas bajan significativamente, y que siempre es aconsejable tener un guía que conozca la zona. En todas las alternativas elegidas por LA NACION hay localidades cercanas donde poder alojarse y la siempre presente gastronomía serrana.
Los Gigantes
Enclavado en el Valle de Punilla, el macizo montañoso de Los Gigantes, con 620 millones años de antigüedad, esconde maravillas. Con picos de rocas que alcanzan los 2400 metros, guarda nidos de cóndores, arroyos y varios valles con cascadas.
Para llegar al lugar también se atraviesan paisajes atractivos: si el trayecto es por Tanti, están El Durazno, Rancho Alegre, Mataderos y El Alto, pueblos y caseríos donde se puede echar mano a un refrigerio y hacer algunas fotos; la otra variante es por Cruz del Eje (la más aconsejable si se está en Traslasierra) por donde se puede visitar la estancia jesuítica La Candelaria, declarada patrimonio de la humanidad” por la Unesco en el 2000.
Hay diferentes travesías que se pueden realizar en Los Gigantes, en función del estado físico y de las ganas de adrenalina. Las hay para un día y para varios con acampes en refugios de montaña. Los Lisos es el paraíso para todos; son unas 800 hectáreas con diferentes niveles de dificultad. Es aconsejable moverse con guía para poder explorar a fondo cajones rocosos y el río subterráneo. Los cóndores bajan al atardecer a tomar agua y el espectáculo que se ve es único.
Ischilín
Hacia el noreste de la ciudad de Córdoba cursa el antiguo Camino Real, que unía Buenos Aires con el Alto Perú. Después de cruzar las más conocidas Jesús María y Colonia Caroya —con su estancia jesuítica— se puede parar en Barranca Yaco, donde asesinaron al caudillo Facundo Quiroga, y llegar hasta Villa del Totoral, que amerita una parada aunque más no sea para conocer sus casonas históricas del siglo XIX y pasar por donde vivieron Rafael Alberti y Pablo Neruda.
Más al norte, hacia las Salinas Grandes, está Ischilín, un pueblo nacido en el siglo XVIII que enamoró al pintor Fernando Fader y que, su nieto Carlos, reimpulsó manteniendo las construcciones de adobe y recreando el almacén de ramos generales, el correo y un aula escolar. Fader llegaba a caballo desde Loza Corral, un paraje a diez kilómetros, donde está su casa museo.
Si el visitante quiere un viaje en el tiempo, Ischilín es el lugar. En La Rosada, el antiguo almacén de ramos generales, es una posada donde hay posibilidad de alojarse, almorzar o merendar. Las fachadas de los viejos edificios dan la idea de que el pueblo se congeló un siglo atrás.
Pueblo Escondido
Desde el Valle de Calamuchita cordobés o desde Merlo, San Luis, se puede ascender a un pueblo abandonado hace medio siglo: se trata del caserío que rodea al lugar donde se explotaban minas de tungsteno y llegaron a trabajar 400 personas. Conocido por todos como Pueblo Escondido, está a los pies del Cerro Áspero.
En 1969, las minas dejaron de ser explotadas y el lugar quedó abandonado. Casi 30 años después fue comprado por un privado que lo restauró y lo abrió al turismo de aventura, por lo que hay posibilidad de alojamiento en el lugar. En general se llega en 4×4, motos o caballos hasta unos cinco kilómetros antes y desde allí se hace la caminata.
Quienes suben desde Merlo llegan al Filo Serrano y, después de atravesar un puesto serrano, el de Don Tono, se inicia la caminata al pie del Cerro Áspero; a medida que se avanza el paisaje va cambiando y haciéndose más desértico.
A un kilómetro del pueblo está el Salto del Tigre, una cascada de agua de 22 metros de altura que cae a una hoya natural. Hay un sendero para bajar y, allí, mezclarse con una vegetación más exuberante y verde.
Volcanes de Pocho
Córdoba tiene una ruta de volcanes y palmeras que se distingue de todo el resto del paisaje provincial; el departamento Pocho está a 160 kilómetros de la ciudad de Córdoba y al final del camino se divisa el triple límite entre este distrito, San Juan y La Rioja.
Son cinco los volcanes sobre la ruta 28: Poca, Boroa, Véliz, Agua en la Cumbre y La Ciénaga asoman en medio de la llanura y están rodeados de palmeras Caranday. Los volcanes se pueden escalar. El más aconsejable, dicen los conocedores, es el Poca, de 1400 metros de altura y con un sendero marcado. Para los que tienen más experiencia y quieren dificultad mayor, La Ciénaga, de 1600 metros, es el apuntado. A unos 20 kilómetros está la laguna de Pocho, de agua salada y refugio de flamencos y fauna y flora típica de los humedales.
El camino de los volcanes tiene en sus últimos kilómetros, antes de desembocar en la reserva de Chancaní, cinco túneles construido en los años 30. El “parador de los artesanos” es el lugar más seguro para estacionar, contemplar un paisaje imponente y tener los cóndores volando a pocos metros.
Un premio “extra” de la zona es el gastronómico; la especialidad es el cabrito y hay varios puestos que lo ofrecen.
Salinas Grandes
A 180 kilómetros al norte de Córdoba Capital están las Salinas Grandes, un territorio que comparten Córdoba, La Rioja, Catamarca y Santiago del Estero. Fue una falla tectónica lo que permitió una filtración que dejó expuesto el mineral.
Lentes oscuros y cobertores de boca son aconsejables para una excursión sobre la superficie blanca. El atardecer es la mejor hora para las fotos frente a un horizonte infinito. No hay que ingresar a las salinas con vehículos porque el riesgo de quedar varado es altísimo.
En la zona, donde todavía hay explotación de sal, quedan herramientas abandonadas hace años y, además, está el Refugio de Vida Silvestre Monte de las Barrancas, un bosque de flora y fauna nativa en el medio del desierto. Hay suris, flamencos, gatos de monte y lampalaguas, además de árboles típicos del bosque serrano. El acceso es limitado a investigadores o a quienes tienen autorización de la Secretaría de Ambiente.
San José de las Salinas es el pueblo más cercano, donde hay chances de alojamiento y también la posibilidad de comer o armar un refrigerio para la excursión.