Ante el público Juan Domingo Perón no demostró su malestar con Héctor J. Cámpora, pero en privado dijo que ya no quería hablar más con él. Lo relató Benito Llambí en sus memorias y lo recordamos el pasado 20 de junio en Infobae: “Era manifiesta la distancia que mantenía con Cámpora, y que éste procuraba acortar por todos los medios. Ni bien llegamos a Madrid, había intentado ir verlo y Perón lo había derivado para el día siguiente”.
Faltaban apenas cinco días para el retorno definitivo del expresidente. La fría imagen fotográfica de la agencia Associated Press del domingo 17 de junio muestra el final de un almuerzo en Navalmanzano 6 en el que Perón no le dirigió la palabra a Cámpora en presencia del matrimonio Llambí. “Yo con Cámpora no voy a hablar nada”, le dijo a Benito Llambí, su futuro Ministro del Interior.
Como veremos, entre los dos había ya una grieta insuperable. “Yo voy a tomar el poder”, confió Perón en su intimidad.
El día anterior el Presidente de la Nación fue maltratado por el dueño de casa en Puerta de Hierro, en presencia de un calificado testigo. Faltaban cuatro días para el inicio del derrumbe de Campora y el final de su “primavera”. Todo lo hemos tratado días pasados. Incluso hemos relatado los planes que traía el expresidente para terminar con tanto desorden. Aunque nos adelantemos en los tiempos, recuerdo lo que Perón, entre dientes, le dijo a Juan Esquer, el jefe de su custodia personal, cuando le hablo de Montoneros: “Los voy a cagar”.
El miércoles 20 de junio de 1973, en Madrid, el Rolls Royce azul para jefes de Estado con el embajador Carlos Robles Piquer, por entonces subsecretario de Asuntos Iberoamericanos del ministerio de Asuntos Exteriores de España, llegó a Navalmanzano 6 a buscar al matrimonio Perón para conducirlo al Palacio de la Moncloa. Entró en la “Quinta 17 de Octubre” y tuvo una corta conversación con Isabel y Perón a quien acababa de conocer. Luego salieron. Subió al coche Isabel. El expresidente Perón se detuvo un tiempo -quizás dos o tres minutos que al embajador parecieron interminables- “mirando los árboles que él había plantado” y musitó “nunca más volveré”.
En la Moncloa , se iba a firmar la “Declaración de Madrid”, con la presencia de Francisco Franco y luego partirían al aeropuerto de Barajas. Como se observa en el cuadernillo de actividades de la “visita presidencial” que imprimió el gobierno español no estaba la firma de la declaración. Para algunos se agregó a última hora porque los servicios de inteligencia españoles ya interpretaban que Cámpora no duraría y el Caudillo reclamó la presencia de Perón. Ya se estaba apostando al futuro.
Todos los que escribieron sobre el viaje definitivo de Perón a la Argentina cometieron el error de incluir en la lista de pasajeros a Aníbal Demarco, el que dos años más tarde se definiría como “un león africano sin domar” para defender a la presidente Isabel Perón. Él no viajo y sí lo hizo su esposa Nélida Iris “Cuca” Feola de Demarco, amiga del matrimonio Perón, tal como consta con su firma en el menú del viaje de Aerolíneas Argentina. El lector se preguntará por qué hablar de la señora de Demarco, esposa del ex Ministro de Bienestar Social (1975-1976). Y aquí se cuenta el por qué: en pleno vuelo hacia Buenos Aires, “Cuca” se animó a preguntarle a Perón cómo se sentía volviendo al país con el apoyo del pueblo. Con la confianza que le tenía Perón le hizo una confesión, no muy distinta a la que le había hecho antes al doctor Antonio Puigvert en Barcelona y no lejana a la opinión que hizo Jorge Antonio: “No se crea todo lo que se dice, de que el pueblo me trae. El que quiere que yo vuelva es Estados Unidos para terminar con el comunismo en América Latina. No vuelvo a encabezar un golpe militar, voy a ser Presidente de la Nación electo por el pueblo”. Además del peronismo y los Estados Unidos (Richard Nixon en especial), también integraron esta conjunción de intereses importantes industriales italianos y Licio Gelli, “el titiritero”, jefe de la logia Propaganda Due.
Apenas llegado a la Argentina Perón no fue a vivir a su casa de Gaspar Campos. Por razones de seguridad se lo llevó a la residencia presidencial de Olivos en el que dio un comunicado: “Llegan hasta mí rumores de que los compañeros que se desconcentran están siendo objeto de provocaciones inadmisibles, como hacer correr el rumor que estoy detenido”. Y agrega: “Yo pido a todos los compañeros que se desconcentren en orden no haciendo el juego a la provocación.”
A la mañana siguiente, tras un corto paseo con un joven oficial de Granaderos, luego de comentarle “hay que esperar a que suban las burbujas”, partió junto con su grupo a su casa en Gaspar Campos.
El jueves 21 de junio de 1973, desde Gaspar Campos, José López Rega comenzó a citar a algunos ministros del doctor Héctor Cámpora. No fueron de la partida Esteban Righi y el canciller Puig. De acuerdo con ese relato, luego de comenzada la reunión llegó el presidente Cámpora con el Edecán Presidencial, coronel Carlos Alberto Corral, quien atinó a retirarse y Perón le pidió que se quedara, obviamente para tener un testigo militar. Según el mismo Corral relato, Perón “le reprochó a Cámpora, en términos muy duros, la infiltración izquierdista en el gobierno”. Y le criticó los nombramientos que, dentro de esa tendencia, había producido. Perón levantaba el dedo índice mientras hablaba. “Yo nunca lo había visto así”, diría una de las presentes. “Estaba muy enojado, muy disgustado. Estaba marcada ya la ruptura con Cámpora”.
El entonces Ministro de Educación, Jorge A. Taiana, recordó a Perón ostensiblemente nervioso y de mal humor, cuando arremetió: “El Estado no puede permitir que los edificios y bienes privados sean ocupados o depredados por turbas anónimas, pero menos aún puede tolerar la ocupación de sus propias instalaciones. Para eso está la policía y si no es suficiente debe echarse mano de las Fuerzas Armadas y tomar a los intrusos: a la comisaría o a la cárcel. Para salvar a la Nación hay que estar dispuesto a sacrificar y quemar a sus propios hijos”. Según Taiana “un verdadero exabrupto”.
También confirmó que Perón realizó una muy ácida alusión a la inoperancia gubernamental, incluida la de los hijos y amigos del presidente Cámpora, mientras, de pie, contra la pared, el edecán militar Carlos Corral escuchaba atentamente. Frente a este panorama, Taiana escribió: “Me retiré preocupado, el Jefe y sus allegados vivían un clima tenebroso de muy malos augurios”.
El ministro Taiana no calibró en su real dimensión la situación que se vivía: el clima tenebroso estaba en la calle no adentro de la casa de Gaspar Campos 1065. Por la noche Perón pronuncio un discurso por cadena nacional: “Ninguna simulación o encubrimiento por ingeniosos que sean podrán engañar. Por eso deseo advertir a los que tratan de infiltrarse que, por ese camino, van mal… a los enemigos embozados, encubiertos o disimulados les aconsejo que cesen en sus intentos, porque cuando los pueblos agotan su paciencia suelen hacer tronar el escarmiento”.
El 24 se realizó el encuentro con Ricardo Balbín en las oficinas del Bloque de la UCR del Congreso de la Nación y en esas mismas horas, en la intimidad, ya se hablaba del cambio de gobierno que llevaría al interinato del diputado Raúl Lastiri y elecciones presidenciales el 23 de septiembre.
El martes 26 de junio ocurrió lo inesperado: cerca de la 01.30 de la madrugada, Perón tuvo fuertes dolores de pecho mucho más intensos y duraderos a los que ya había sufrido a bordo del avión que lo trajo a la Argentina unos días antes. Llamado el doctor Pedro Cossio a media mañana, observó que había padecido un infarto agudo de miocardio. Hasta ese momento lo había atendido de urgencia el doctor Osvaldo Carena. Cossio le recetó reposo absoluto dentro de Gaspar Campos, pero el 28 registró “un episodio que, por sus características, se diagnostica y trata con éxito como pleuropericarditis aguda, con agitación y fiebre”.
A partir de ese instante, Pedro Ramón, hijo de Pedro Cossio es integrado al equipo de cuidados de Perón y, sin proponérselo, pasó a convertirse en un testigo privilegiado, porque estuvo durante doce días de 10 de la mañana a las 22 sin separarse del enfermo. Con el paso de los días, observo Cossio en un testimonio ante la Justicia, “en varias oportunidades el general Perón manifestó a mi padre en mi presencia la convicción de que en Ezeiza grupos extremistas de izquierda lo querían matar, convicción que mantuvo hasta el momento de su muerte”.
“Asimismo escuche en dos o tres oportunidades el disgusto y la disconformidad que tenía por la gestión del presidente Cámpora desde el 25 de mayo de 1973”. Luego de otros ejemplos, dijo: “Ahí comprendí y tuve la impresión de que los días como presidente del doctor Cámpora estaban contados”.
También vivió las vejaciones a Cámpora: en uno de esos días de junio en los noticieros se observa cómo el presidente de la Nación entraba a Gaspar Campos, mientras Cossio se quedaba con Perón en la habitación del primer piso. Héctor Cámpora permanecía un rato en la planta baja, sin ser recibido, y al salir relataba al periodismo que había conversado con Perón y lo había encontrado muy bien. “Allí intuí -razono el médico- que Cámpora dejaría pronto su investidura”.
Fuente: Infobae