La recibió el día de su cumpleaños: Daniel Verón estaba en un húmedo pozo de zorro cuando leyó una de las miles de cartas que niños del continente le enviaban a los soldados en las islas durante la guerra de 1982. María Gabriela Suárez estaba en sexto grado y escribió: “Yo todas las noches rezo por ustedes”. En esas líneas el joven encontró la fortaleza anímica para soportar las noches de bombardeo constante. Tras la guerra, ocurrió lo inesperado: el destino tenía reservado un nuevo capítulo en esta historia
“Si te daban a elegir entre un plato de comida y una carta, no había dudas, elegías la carta”, dice Daniel Verón para describir el hambre de contención que tenían los soldados durante la guerra de Malvinas.
“Son muchas las historias que hay sobre Malvinas, pero pocas como la mía”, asegura este ex combatiente que en la carta de una nena de 11 años encontró la fortaleza para volver de las islas y empezar a forjar su futuro.
Daniel cree firmemente que tenía el destino escrito…
Una carta en la trinchera
Fue el 21 de mayo de 1982. Al soldado Daniel Verón le tocó cumplir los 20 años en un frío y húmedo pozo de zorro que él mismo debió cavar en la costa este de la isla Soledad, en las Malvinas, a unos cinco kilómetros de Puerto Argentino. Estaba ahí apostado junto a otros 20 jóvenes argentinos pertenecientes al Regimiento N° 6 de Mercedes, que tenían la misión de custodiar que los ingleses no desembarcaran por ese lugar. No hacía falta ser un experto en tácticas militares para adivinar que la misión encomendada era imposible de cumplir. Si el enemigo decidía pisar tierra por ahí poco había para oponerle.
Pero ese día, al menos por un rato, Daniel no pensó en un supuesto desembarco inglés. Incluso hasta no se preocupó por el dolor de estómago provocado por el hambre, ni por los pinchazos que el frío le generaba en todo el cuerpo, potenciado por tener la ropa mojada. Tampoco se torturó con lo poco que faltaba para que anocheciera y, como ya era una maldita costumbre, comenzara el bombardeo enemigo y ese ruido que le dejaba sorda el alma porque le recordaba que podía ser la última noche.
Esta vez el pibe nacido en Merlo estaba conmocionado por los dos telegramas de felicitaciones que le habían mandado sus padres y otros familiares. “Feliz cumple. Todo bien”, decía el firmado por su padre y su madre.
Los Verón eran una familia obrera, no estaba a su alcance la posibilidad de enviar algo más, ni siquiera un texto más largo porque en esa época se pagaba por palabra. De todos modos, a Daniel no le había parecido poco, todo lo contrario, se sentía acompañado por los suyos. Al que sí le había parecido poco fue al cabo Oscar Lamas, el furriel del regimiento. Por eso decidió hacer su aporte para que dentro del difícil contexto, el soldado tuviera un cumpleaños lo más agradable posible: para calentar un poco más el alma de Verón le dio unas cartas dirigidas “al soldado argentino”, tal como se denominaban los envíos que desde el continente hacían llegar muchos compatriotas, especialmente chicos, con la intención de alivianar la estadía de las tropas en Malvinas.
La breve carta le tocó las fibras a Daniel. Se quebró de la emoción porque estaba escrita por una nena de 11 años: María Gabriela Suárez, oriunda de la para él desconocida Villa Cacique, en el partido bonaerense de Benito Juárez.
Con prolija letra cursiva, la niña había escrito:
“Abril de 1982, a los soldados de la patria:
Queridos soldados, desde acá les hago llegar esta carta de agradecimiento por defender las Islas Malvinas, a mí me gustaría conocerlos, pero no puedo ir tan lejos. Yo todas las noches rezo por ustedes. Mi familia también reza.
Villa Cacique no es tan grande, pero es hermoso. Todo lo que veo por televisión me da pena y alegría, según lo que veo. El grado 6° B de la Escuela N° 19 Luciano Fortabat les agradece lo que están haciendo.
Me despido cariñosamente y les deseo la mejor de la suerte para todos.
Un corazón argentino.
María Gabriela”
Las cariñosas líneas tuvieron un efecto sanador. Al joven soldado lo conmovió que la chiquita le contara que se ponía triste cuando veía la televisión y pasaban imágenes de la guerra. Pero también le habló del pueblo en el que vivía, la frase quedó tatuada en la memoria de Verón: “Villa Cacique no es tan grande, pero es hermoso”.
Y esa noche, por única vez las bombas inglesas no retumbaron en la cabeza de Daniel, porque dentro del pozo, iluminado con un candil, hizo una catarsis en un trozo de papel en el que le escribió a su desconocida amiguita lo que estaba viviendo, cómo se sentía y cómo eran las islas. El cierre de la carta estaba cargado de sentimiento: “De parte de un soldado argentino, que desde hoy te siente como un ser querido”, se despidió.
“Su carta me cambió mis días en Malvinas”, asegura. “Me fortaleció, me dio ganas de volver”, explica con emoción.
El cartero y la respuesta de Malvinas
El 12 de junio, poco antes de que se concretara la rendición de las tropas argentinas, el cartero sorprendió a la mamá de María Gabriela con la carta que respondió Daniel. Al regresar de la escuela, para la nena la conmoción fue aún mayor. Nunca se imaginó que un solado le iba a responder.
Entre lágrimas, María Gabriela Suárez, rememora el día que el cartero trajo la carta desde Malvinas: “Un día volví a mi casa de la escuela y cuando entro, mi mamá me dice que me habían contestado de Malvinas. Fue algo tremendo, realmente shockeante, no podía parar de llorar. Mi mamá lloraba conmigo”.
Desbordadas de emoción cruzaron la calle para contarles a Mario y Cristina Tomassi, los vecinos de toda la vida. El hombre anotó los datos de Daniel y sin perder tiempo volvió a escribirle. El motivo de la nueva carta era ofrecerle todo lo que necesitara, inclusive dinero.
“No tenés más que pedirnos lo que te haga falta”, se leía en una de las últimas líneas. Esa frase marcó para toda la vida a Verón: “Cuando estás en una situación muy difícil en todo sentido y alguien que no te conoce te ofrece una mano así… Es realmente muy valorable”.
El otro dato clave y que le daba veracidad al ofrecimiento era que junto al saludo final figuraba el número de teléfono de los Tomassi, de los pocos en el pueblo que tenían línea telefónica en su casa.
Daniel recibió la nueva carta de Villa Cacique varios días después de haber vuelto de la guerra. Tras regresar de Malvinas y pasar un par de semanas en Campo de Mayo, “donde nos bajaron línea para que no contáramos nada de lo que habíamos vivido”, se tuvo que presentar en el Regimiento 6 de Mercedes para retirar su documento. Para su sorpresa, además del DNI le entregaron la carta de Tomassi.
En un primer momento pensó que se trataba de un error, que no era para él. “¿Quién me va a escribir a mí?”, se preguntó. Pero sí, era para él.
Eran días por demás difíciles para Daniel. Al lógico trauma post guerra, se le sumaba la frágil situación económica familiar, que llegaba al punto de impedirle hacer una llamada de larga distancia para agradecerle con su propia voz a los Tomassi y saludar a María Gabriela.
El primer llamado
Después de mucho caminar, el 9 de marzo de 1983, Daniel consiguió trabajo y completó su primer día laboral en ENTel (la Empresa Nacional de Telecomunicaciones que fue privatizada en la década del 90). Nunca dejó de tener presente la carta, por eso antes de irse a su casa tras la jornada inicial le preguntó a su supervisor si podía hacer un llamado de larga distancia. “Sí, querido, para eso acá no tenés que ni pedir permiso”, le respondió.
Al otro día, entonces, se comunicó con la familia Tomassi. “Me atendió Cristina, no entendía nada. Le expliqué que era el soldado de la carta y que llamaba para darle las gracias”, recuerda Daniel. En esa primera llamada también pudo hablar con María Gabriela y contarle lo bien que le había hecho la carta que había mandado a Malvinas. La conmoción en esa porción de Villa Cacique era total.
A la semana siguiente, el ex combatiente volvió a llamar y charló un rato con su pequeña amiga y otro con Cristina. “Faltaba poco para Semana Santa y ella me invitó a conocer la villa. No lo dudé. Como pude conseguí la plata para el pasaje y viajé”, dice.
“Fue como conocer un súper héroe”
Daniel pisó Villa Cacique por primera vez el viernes Santo. Era el 1 de abril, a casi un año de Malvinas, y fue una revolución para los Tomassi y para los Suárez. “Dormí una noche en cada casa y si almorzaba con unos, la cena la tenía que hacer en la casa de enfrente. Fue algo muy lindo para mí. Los Tomassi tenían tres hijos chicos y me veían como un héroe, se peleaban para sentarse al lado mío en la mesa. Y lo mismo en la casa de María Gabriela, me trataron como un hijo más, y recuerdo cómo me miraba ella… Era como que no podía creer lo que estaba pasando”, recuerda Verón.
“Sentí el alivio por poder agradecerle a María Gabriela por haberme cambiado la vida”, cuenta.
“Tengo muchos recuerdos de la primera vez que lo conocí en persona -recuerda María Gabriela-. Cuando lo vi sentí que estaba al lado de un superhéroe o algo por el estilo, me parecía mentira que estuviera con el soldado que me había contestado la carta”.
El vínculo entre las familias y Daniel se fue fortaleciendo con el paso del tiempo. Una vez por semana era una fija el llamado desde la oficina de ENTel, mientras que se hizo costumbre también que el ex soldado viajara para fechas importantes para sus familias del corazón. Así, por ejemplo, estuvo en el cumpleaños de 15 de María Gabriela, también para su casamiento y cada tanto pasaba Navidad o Fin de Año en Villa Cacique.
23 de diciembre de 2006
Habían transcurrido varios meses desde el último viaje de Daniel, por eso con su esposa decidieron pasar el fin de semana de Navidad en suelo juarense. Verón ya transitaba su segunda experiencia matrimonial. Con su primera esposa habían tenido a Emanuel y Jésica, y tras separarse conoció a Celia, que a su vez tenía a Fernando. Y la nueva pareja concibió a Flor y a Marcos. “Siempre decimos: los míos, el tuyo y los nuestros”, cuenta él entre risas.
Como cada vez que iban a la villa, al matrimonio le costaba el regreso a Merlo. Aunque en esta oportunidad ese sentimiento se intensificó. Lo que era una visita por Navidad, primero se extendió por siete días para también compartir Año Nuevo. En pleno brindis celebrando la llegada de 2007 se definió estirar otra vez la estadía: Flor cumplía años el 7 de enero y los anfitriones les insistieron para que se lo festejaran ahí. La visita de un fin de semana terminó siendo de 15 días y el hechizo, total. No bien pisaron Merlo, los Verón quisieron volver a las sierras. La Fiesta de la Frambuesa fue la excusa perfecta, y un mes después Daniel, Celia y los suyos viajaron nuevamente a Villa Cacique. La excursión se repetiría al mes, el pretexto esa vez fue Semana Santa.
“Con Celia veíamos que estábamos muy ligados a este lugar y que ya no daba para más: empezamos a buscar un terreno o una casa”, recuerda. La oportunidad de compra apareció rápido, y coincidió con que Telefónica abrió un registro para el retiro voluntario de los empleados que querían irse. Daniel no lo dudó, dejó su trabajo con 24 años de servicio en la empresa y con el dinero compró la casa en la villa.
Cambio de vida
El día de su cumpleaños número 45, a 25 años de la guerra y de haberse enterado que existía un pueblo llamado Villa Cacique, en una escribanía de Benito Juárez, Daniel firmó la escritura de su casa para comenzar a vivir en lo que define como su lugar en el mundo. “Yo digo que para Dios nada es casualidad. El destino quiso que a mí me dieran la carta de María Gabriela, que Tomassi me volviera a escribir, que consiguiera trabajo en ENTel y poder llamar a larga distancia y que un 21 de mayo, nada menos, me convierta en dueño de mi casa acá”, dice.
Otro detalle, la propiedad está a cuatro cuadras de donde hoy vive María Gabriela con su marido (José) y sus dos hijos (Fiorella y José).
Resuelta la vivienda, a Verón le quedaba solucionar el tema laboral. Se mudó a Villa Cacique con los trámites hechos para aprovechar el beneficio de una resolución de la Dirección General de Cultura y Educación bonaerense que garantiza el nombramiento de veteranos de Malvinas en un 10% de las vacantes a cubrir correspondientes a personal auxiliar administrativo de porteros en los distintos establecimientos de la Provincia. Así fue que tras ocho meses de espera se generó la vacante e ingresó al Centro de Educación Física (CEF) N° 115. No le costó a Daniel adaptarse a su nueva vida y menos aún insertarse en la comunidad. Más bien todo lo contrario. “De entrada empecé a involucrarme en distintas instituciones. He pasado por la Sociedad de Fomento, por la Cooperadora de la Escuela N° 26, participo activamente en la organización de la Fiesta de la Frambuesa. Y cada vez que me llaman por el tema Malvinas nombro a Villa Cacique. Porque quiero que se conozca cada vez más y crezca”, explica.
Con la intención de ganar un peso más, en agosto de 2008, pero también de aportar algo para el progreso de la ciudad, Daniel decidió iniciar un mini emprendimiento turístico. Con mucho esfuerzo logró poner en marcha su primera cabaña para brindarle alojamiento a la gente que se acerca a las sierras para desconectarse de la estresante vida de hoy. “Mi Destino”, decidió bautizar la casa. Las razones son obvias. Más adelante, a pocas cuadras de ahí, logró construir otra cabaña, a la que llamó “La Bonita”.
Un nuevo cumpleaños
El día que Daniel cumplió 49 años a la historia que lo unió a María Gabriela se le sumó un nuevo capítulo. Ella no sabía qué regalarle hasta que se le ocurrió algo especial: se había quedado con el borrador de la carta que había escrito 29 años antes, y lo que hizo fue calcarla en una hoja para replicar hasta el mínimo detalle del original que recibió Verón en Malvinas, y que quedó en manos de los ingleses junto con su ropa. Mandó a encuadrar la nueva vieja carta y se fue hasta la casa de Daniel a desearle el feliz cumpleaños.
Así lo recuerda ella: “Yo guardé siempre la carta que le escribí. A Malvinas le había mando el original corregido, y me guardé el borrador. Como los ingleses se la habían sacado con las poquitas cosas que tenía en las islas, se me ocurrió -hace ya algunos años- calcar ese borrador, para que la letra fuera la de esa nena de once años que fui en 1982, y se la enmarqué. Fue muy emocionante para los dos”.
“Mejor regalo imposible”, resume el ex soldado. Desde ese momento, el cuadro adorna uno de los ambientes de la casa de Daniel y es cuidado como una reliquia.
Posdata
Con dolor, Daniel cuenta que las heridas de Malvinas muchas veces siguen doliendo. “La post guerra es muy traumática y es una mochila muy pesada de llevar. Es algo que vamos a cargar hasta el último día de nuestras vidas. Se necesita mucho del apoyo de los que te rodean para superar ciertos momentos”, explica.
María Gabriela toma dimensión de lo que hicieron aquellos jóvenes hace 39 años al mirar a sus hijos: “Soy mamá de Facundo y Fiorella, y cuando el varón fue creciendo me sensibilicé mucho más todavía con la guerra. Cuando cumplió los 20 años sentí un montón de cosas, porque pensaba que a esa edad Daniel estaba en las Malvinas, y yo como madre no sé si hubiera resistido tener un hijo en la guerra”.
“Lo mejor que me pudo haber pasado después de haber estado en combate es esto que me pasó: haber conocido a estas familias y a este lugar. Siento que Villa Cacique es una parte de mí, y es un gran orgullo y un honor vivir rodeado de gente tan linda y tan afectuosa. Haber leído esa carta en la trinchera me cambió la vida”, reconoce.
¿Qué hubiera pasado si el furriel no le daba la carta de María Gabriela? “Dios no hace las cosas por casualidad, por algo me la dio”, repite Daniel, convencido de que su destino estaba escrito.