Todos los detalles del ataque que se planeó contra el líder de la barra de Boca y las razones por las que no pudo concretarse
Tres camionetas estacionaron en la calle Cajaravilla al 5000. Detrás, cual procesión, venían varios autos de distintos modelos y tamaños. La tarde estaba cayendo por Villa Luro y el ambiente se puso más oscuro cuando empezaron a bajar los habitantes de los vehículos. Eran 50 barras de la facción de Lomas de Zamora de La Doce, que se referencian en Walter Coronel (jefe también de los violentos de Los Andes, con una condena a tres años por querer copar la tribuna de Excursionistas el año pasado y un juicio pendiente por doble homicidio en la barra de Boca) que tenían un dato y un objetivo claro: Rafael Di Zeo iba a ir esa noche al club Leopardi, de la familia de Mauro Martín, y pensaban dar la batalla final por el poder de La Doce. De hecho, había armas de todo tipo y calibre por si la negativa a ceder la jefatura era terminante.
Pero llegaron demasiado temprano. Di Zeo aún estaba en camino y Mauro Martin aún fuera de Buenos Aires. El primero se salvó por poco: recibió un llamado de alerta apenas alguien divisó la situación, abortó su viaje hacia Villa Luro y llamó a la Policía para darle una mano a Gabriel Martín, hermano de Mauro y a cargo del club en ese momento del jueves por la noche. Tan tensa estaba la situación que los hombres de Coronel le dijeron a Martín que el problema no era con él, pero que iban a quedarse a esperar la llegada de su hermano y Rafa para saldar la cuestión. Antes, afortunadamente, llegaron dos patrulleros. Y cuando vieron la situación preguntaron a Gabriel Martín qué ocurría. Este dijo que nada, que eran un grupo de gente que estaba preparando un torneo de fútbol para el fin de semana. Si mintió por los famosos códigos de la tribuna o porque estaba amenazado sólo lo sabe él. Lo cierto es que tras ese movimiento, los de Lomas supieron que alguien los había vendido y se retiraron dejando una amenaza: la próxima vez no hablamos, ejecutamos. Diez minutos después, los vecinos del club vieron llegar más y más patrulleros. Es que hubo otro llamado a la comisaría porque el barrio estaba convulsionado. Pero los de Lomas ya no estaban. La guerra de La Doce había tenido un capítulo incruento pero que promete una batalla final. A todo o nada.
Para entender el por qué de la pelea hay que remontarse un año atrás, a la últimas fechas pre pandemia. La facción de Lomas de Zamora siempre fue una de las más peligrosas de La Doce y tenía como líder a Marcelo el Manco Aravena, quién cayó en prisión por la causa La Salada y entonces su lugar lo tomó Walter Tintín Coronel, aún cuando estaba elevado a juicio por aquel doble homicidio en la interna de La Doce de julio de 2013, causa que comparte justamente con Rafael Di Zeo. Mientras Aravena había crecido en la época del Abuelo (de hecho fue condenado a 18 años por el doble crimen de los hinchas de River, Walter Vallejos y Angel Delgado, en 1994), Coronel es de una generación posterior. Y tiene menos paciencia a la hora de hacerse del efectivo y cómo repartirlo. Eso generó roces con Aravena quién además no estaba recibiendo su parte cuando estaba tras las rejas. Por eso éste puso al frente de su facción al Negro Pelé. Duró dos semanas hasta que fue apuñalado en la previa del partido contra Talleres de Córdoba un mes antes de que se parara el fútbol.
Con todo el poder, Coronel le planteó al dúo Di Zeo-Martín que quería una porción de la torta con más crema. Y justo llegó el Coronavirus para frenar la negociación. Y para dejar fuera un montón de negocios: el alquiler de carnets, la reventa de plateas, el cobro de los trapitos y del merchadising ilegal y los puestos callejeros de comida y bebida. Mientras esa fuente de financiamiento se cortó, los líderes siguieron recibiendo su mensualidad y Di Zeo además activó la línea de ropa RD (sí, sus iniciales) y Jugador Número 12, que están registradas a nombre de su pareja. Y la plata siguió fluyendo de otro modo pero sin que el reparto sea equitativo, porque lo que se dividía en la barra era el efectivo de la cancha. Eso empezó a generar cada vez más resquemores. Para compensarlo, Rafa alentó a Coronel a agarrar la barra de Excursionistas, un botín codiciado porque desde ahí se maneja buena parte del narcomenudeo de la zona norte de la Capital Federal. De hecho, la barra de Boca ya había metido un pie ahí con Dientón, un hombre en su momento muy cercano a Fernando Di Zeo y que tras su muerte se quedó con Rafa.
Pero el intento salió mal: cuando los de Lomas fueron a copar la barra al Bajo Belgrano apareció toda la Policía y terminaron varios presos, entre ellos Coronel que tuvo que negociar tres años de prisión en suspenso en un juicio condicional para no pasar fin de año tras las rejas. Y Tintín cree que toda la situación fue armada por Di Zeo para sacarlo del juego. Eso sumado al poco dinero que fluía hizo que también un grupo de La Boca se juntara en la calle Irala, cerquita de la Plaza Matheu, a diagramar el futuro de la barra. Porque el negocio de la calle los días de partido era su gran tajada. Viejos caudillos de la zona como los Silva y los hermanos Varela plantearon el nuevo escenario. Tintín, se dice, les prometió el oro y el moro en caso de tomar el poder. Creyendo entonces tener el apoyo del barrio y con su gente fuertemente armada, se planeó el asalto. El jueves 11 de marzo hubo un asado de toda la cúpula de Di Zeo y Martín en el Leopardi. Y se suponía que este jueves podía repetirse. Hasta allí llegaron entonces en procesión 50 barras con su arsenal copando el club dispuestos a todo. Pero alguien vio la movida, llamó a Di Zeo, éste paró su auto cuando estaba en camino y así salvó su pellejo. Mientras, los vecinos todavía tienen el recuerdo del ulular de las sirenas de los patrulleros que llegaron cuando los de Lomas ya se habían ido. Prometiendo volver. Como ayer, como hoy, como siempre.