El bombazo sacudió a Italia. Faltaban tres minutos y doce segundos para las seis de la tarde del 23 de mayo de 1992. El juez antimafia Giovanni Falcone, de 54 años, quiso conducir personalmente hacia el aeropuerto de Palermo. Su esposa, que también era jueza, Francesca Morvillo, iba a su lado. Ninguno llevaba el cinturón de seguridad y con la explosión salieron despedidos. Murieron también tres escoltas.
Desde el lugar donde saltó por los aires el Fiat Croma blanco del juez, a unos metros del desvío hacia la localidad veraniega de Capaci, puede verse la pequeña colina desde donde Giovanni Brusca, alias “El Cerdo”, activó el detonador de los más de 400 kilos de trinitrotolueno (TNT) oculto debajo del asfalto de la carretera hacia el aeropuerto. La explosión dejó un cráter de cuatro metros de profundidad. Lo hizo por orden directa del jefe de la mafia siciliana, Salvadore “Toto” Riína. En la torreta blanca, donde Brusca se escondió para tener mejor perspectiva, alguien escribió tiempo después, en letras negras y grandes: “No a la mafia”.
Giovanni Falcone, el juez antimafia asesinado a manos de Giovanni Brusca por orden de Toto Ríina.
El 19 de julio de 1992, es decir cincuenta y siete días más tarde, un coche bomba cargado con 100 kilos de dinamita mató al juez antimafia Paolo Borsellino y a cinco escoltas. La bomba explotó en la vía Mariano D’Amelio de Palermo, cuando el juez iba a visitar a su madre.
Mafia, crímenes y arrepentidos
Entre 1992 y 1994, más de cinco mil trescientos mafiosos fueron arrestados. Alrededor de 1700 se convirtieron en arrepentidos. Mario Santo Di Matteo, que habìa participado del asesinato de Falcone, fue uno de ellos. Confesó cómo se planificó y ejecutó el atentado. Riína respondió con un mensaje que helaba la sangre y que corrió enseguida por toda Sicilia: no habría piedad con los familiares de aquellos que colaboraran con los jueces.
Giuseppe Di Matteo, el hijo de Mario Santo, había nacido en Palermo el 19 de enero de 1981, es decir que cuando mataron a Falcone tenía once años. Al nene, le gustaban muchos los caballos y se preparaba para practicar equitación. Fue secuestrado la tarde del 23 de noviembre de 1993, ya con doce años, cuando se lo llevaron de una caballeriza en una comuna llamada “Piana degli Albanesi”, a 24 kilómetros de la ciudad de Palermo.
El grupo de secuestradores estaba al mando del más feroz asesino de Cosa Nostra, Giovanni Brusca. Este tenía un apodo estremecedor; le decían “Scannacristiani” (el Matacristianos por los más de doscientos homicidios que cometió, por lo menos). Cuando fueron a buscar al chico Di Matteo, Brusca y su grupo vestían como agentes de seguridad. Le dijeron al nene que debía acompañarlos porque al padre le habían dado permiso para verlo en la prisión. Nada llamaba la atención porque Mario Santo Di Matteo estaba bajo protección del Estado por haber comenzado a colaborar con la justicia para esclarecer atentados cometidos por Cosa Nostra. Gaspare Spatuzza, que participó de ese operativo secuestro, declararía luego: “A los ojos del chico, nosotros parecíamos ángeles pero en realidad éramos lobos”.
En 1994, Giuseppe fue llevado de una granja a otra, lugares deshabitados ubicados en Trapani. A su abuelo, le llegó este mensaje: “Al chico, lo tenemos nosotros. No llame a la Policía si quiere que su nieto siga vivo”. Una segunda nota, también dirigida al abuelo, llegó con una foto de Giuseppe atado, en una especie de prisión rudimentaria. La nota que acompañaba la imagen decía: “Le tenés que decir a tu hijo (el papá de Giuseppe) que si quiere salvar la vida del nene tiene que retirar las acusaciones, tiene que terminar de hacer escándalo”. Pero su padre siguió adelante con sus confesiones.
El 11 de enero de 1996, Giuseppe Di Matteo esperaba su cumpleaños número quince en cautiverio. No tenía esperanzas de pasarlo con su familia. Llevaba casi tres años secuestrado. Ese día Giuseppe fue asesinado y su cuerpo disuelto en ácido en un refugio subterráneo de Giovanni Brusca.
Giovanni Brusca
Giovanni Brusca tenía 18 años en 1975 cuando mató a tiros a su primera víctima. Un año más tarde, asesinó a su segunda víctima, disparándole a la salida de un cine en medio de la gente con una escopeta de dos cañones. Con estos dos asesinatos, fue iniciado oficialmente en la mafia por “il capo di tutti i capi” Salvatore Riína. Una vez que se convirtió en miembro oficial, Brusca comenzó como chofer de otro jefe, Bernardo Provenzano. Pero no pasó mucho tiempo antes de que Brusca recibiera la tarea de hacer lo que mejor sabía hacer: matar gente.
De acuerdo con las circunstancias, primero se dedicaba a torturar a aquellos que caían en sus manos para “hacerlos hablar”, cuando eso era parte de la misión que le encargaban. Pero por lo general no revelaban ninguna información valiosa porque sabían que iban a morir de todos modos. La tortura podía durar media hora, lo que probablemente parecía una eternidad para la víctima. Desde romperle las piernas con un martillo hasta arrancarle las orejas con unos alicates, Brusca no tenía piedad. Finalmente, él y sus hombres solían asesinar por estrangulamiento, un proceso que generalmente tomaba unos horripilantes diez minutos. Dos hombres sostenían los pies del prisionero y otros dos sostenían los brazos mientras otro hombre deslizaba una delgada cuerda de nailon alrededor del cuello.
“He disuelto cuerpos en ácido; he asado cadáveres en grandes parrillas; He enterrado los restos después de cavar tumbas con una excavadora”, escribió en sus memorias. “Nunca me han molestado estas cosas”. La mayoría de sus víctimas le era desconocida.
En febrero de 1996, la Policía allanó uno de esos reductos propiedad de Brusca. El sicario hacía tiempo que había perdido la cuenta de cuántos asesinatos había cometido a lo largo de su vida, entre cien y doscientos. Su guarida bajo tierra era el mejor museo de aquel horror. Desde fuera, parecía un caserío rural casi ruinoso, pero por dentro, en el suelo de la cocina, había un acceso secreto al búnker. Apretando un botón, se activaba un ascensor hasta una distancia de 50 metros de profundidad donde se hallaba un apartamento de dos habitaciones. Allí fue retenido el joven Giuseppe hasta su muerte.
Además, a pocos metros de la vivienda los investigadores encontraron el mayor arsenal de armas privadas de la historia de Italia. Cuatrocientas pistolas, docenas de escopetas, bazucas, cajas y cajas de granadas e incluso misiles antitanque. “¡Ah, yo siempre andaba buscando ácido!”, confesó Brusca al ser atrapado. “Con 50 litros, disolvía un cuerpo en tres horas”.
Brusca, un fanfarrón
Sobre el crimen de Falcone, dijo: “Lo maté yo. No era la primera vez que hacía volar un auto por los aires. Hice lo mismo para matar al juez Rocco Chinnici y a los hombres de su escolta en 1983. Soy responsable del secuestro y de la muerte del pequeño Giuseppe Di Matteo. He cometido y ordenado personalmente más de quinientos delitos. No logro recordar todos los nombres de las personas que maté”.
Brusca es la mafia, de hoy y de siempre. No hay glamour, no hay “Sopranos”, no hay familia, no hay épica, pero hay códigos. La pantalla siempre se mantiene oscura.
El 1º de junio de 2021, después de veinticinco años de cárcel, a los 64 años, Goivanni Brusca fue liberado. Su liberación volvió a conmover a Italia y la repercusión causó gran indignación. Tenía que cumplir treinta años de encierro pero le descontaron años de sus múltiples condenas por su colaboración con la justicia desde que entró en prisión.
María, la hermana del juez Falcone, dijo: “Es una noticia que me duele, pero así es la ley, una ley que mi hermano quería (la de reducción de pena para los arrepentidos) y que, por lo tanto, debe ser respetada. Solo espero que el poder judicial y las fuerzas del orden le vigilen muy de cerca para evitar el peligro de que vuelva a delinquir”.
Fuente: TN